viernes, 19 de septiembre de 2008

La furia es justa (y roja)

Esta sección va para aquellas o aquellos que dicen mirar la vida desde una hamaca paraguaya -tranca-, para esa extraña banda de potus a los que no se le mueve un pelo, que ni se inmutan, que nunca se exaltan, que nunca pegan un grito. Acá venimos a defender al enojo, a esa furia justa que cuando sale de nuestra boca deja de ser mediocre porque ¿Cómo me voy a tener que callar ante esta injusticia? Ojo, esto no significa que defendemos a aquellos buscapleitos que van por la vida a los cachetazos. Para nada: simplemente venimos a reivindicar al pobre enojo que goza de mala prensa.
¿Qué es lo que está pasando? Hoy cualquier justo cacareo frente al kiosquero que te dice “no hay monedas nena” y pretende darte un vuelto importante en caramelos cristal de menta –horribles- te convierte automáticamente en una “desubicada”. O lo que es peor: UNA HISTÉRICA! Como si mirás mal al tipo que te apoya alevosamente en el bondi, o si te enojás con la vendedora del negocio donde tu prima lejana de Hurlingham te compró un suéter inmundo y vos te vas hasta allá para cambiarlo y la tipa te dice: “No hacemos cambios los sábados”. ¿Y a mí qué me importa? ¿Quién puso las reglas de lo que debo hacer y decir?. ¿De dónde sacaron esta tontería según la cual, para ser “ubicada”, una debe permanecer calladita, quieta e impasible como un maniquí?. Un total absurdo.
¿Qué peor que no recibir apoyo en ese momento? Un novio valiente pero sumamente mal tipo te puede enfrentar en ese momento e intentar callarte. Hijo de pu...seguro hasta se avergüenza de esa abogada que llevás dentro!
La furia, cuando es justa, se convierte en un derecho. El enojo que tiñe los cachetes de bermellón, aflauta la voz y te encrespa el pelo hasta casi parecer el pibe Valderrama no es otra cosa que la reacción que genera cada inmerecido pisotón a nuestro ego.
La idea es que no nos agarre la chiripiorca tan fácilmente y que podamos tener una actitud equilibrada ante las cosas. Pero siempre hay un momento adecuado para enrojecerse a tiempo, pegar un par de gritos y volver al mundo a su justo orden.
Pensemos: de no haber sido por estas almas aguerridas, sin esos rebeldes con causa se enfrentan a las injusticias y piden –a gritos, desde luego- un cambio en el estado de las cosas no hubiera terminado la esclavitud, las mujeres seguiríamos sin votar y tantas cosas más.

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