jueves, 21 de agosto de 2008

La dificil vocación de "hacer gancho"



Es inevitable!! hacer de Celestinas nos encantaaa! Más a nosotras, las mujeres. Pero igualmente no es exclusivo, hay hombres a quienes también les toco el gen de “celestino”. QUE CASUALIDAD! Ella está sola, él está solo y los dos son amigos tuyos. Es acá donde nos salen unas ganas locas de ser el alfiler de gancho para unir ambos humanos y llegar al ansiado objetivo.
Hay personas que cuando ven al amigo/a con ganas de estar con alguien, siempre encuentran en su stock de gente “algo” que pueda llegar a ser el alma gemela. Van por la vida inventando desde presentaciones formales y con todas las de la ley (esa espantosa situación en la que una debe poner cara de naipe y escuchar “Ay, te presento a X”) hasta “encuentros accidentales” que de accidente tienen poco y nada.
Hay encuentros organizados por este tipo de gente que funcionan bien y terminan con el final feliz tan esperado; pero el problema, son las que no anduvieron y en vez de armar una pareja… desarmamos dos amistades!. Porque, como casi siempre sucede en este tipo de casos, cuando un amor se termina (y sin importar si el affaire duró dos años o dos horas) siempre hay repartija de amigos entre los ex miembros de la pareja. Y eso, en el caso de los celestinos suele traducirse en la pérdida inevitable de alguno de los dos miembros de la pareja.
Algo les hace presuponer a los miembros de esta EX pareja que todas sus amigas o amigos indefectiblemente deben odiar al guacho o a la perra que no los quiso, y no siempre eso es sano ni posible. Además, ¿qué culpa tiene la pobre Celestina que encima presta sus servicios ad honorem? Todo para que, tiempo después, algo pase y los ex tortolitos le retiren el saludo??. Un poco de cordura, por favor!! Presentar un reclamo casi judicial ante la amiga/o buena onda que se compadeció de nuestra soledad y sacó de la galera un potencial príncipe que luego terminó decolorando en sapo no es la solución.
Lo que parece recomendable en estos casos, a veces, es abstenerse de presentar o pedir que te presenten gente. De todos modos, el destino se encargará de encontrar adecuados!

El karma del probador


La pasión de comprar hace años que es atribuida prácticamente por completo a la mujer. Encabeza publicidades, slogans y, por supuesto, es innegable: salir de compras es, para nosotras, un gran placer. Es el cable a tierra en medio de un problema, en un día de lluvia, en una tarde aburrida, en los únicos 30 minutos que nos quedan libres antes de entrar a la doctora que tuvo la magnífica idea de poner su consultorio en una galería..así nosotras, miramos, tocamos, compramos.

Esa divina sensación de ir poniendo en nuestro antebrazo, a modo de loro pirata, cuanto vestidito, pollera, pantalón, remera que nos hipnotice primero se destiñe cuando nos detenemos a pensar que tenemos que meternos por un rato en el odioso probador. Esto que tan gentilmente nos proponen las vendedoras, “pasar al probador”, acaba con nuestra alegre carrera entre los percheros.

A sincerarse: a estos sucuchos oscuros a los que nos arrean cual vacas desbocadas y de los que todas salimos despeinadas, transpiradas y furiosas, no se PASA, precisamente. La palabra es se ENCAJA, se embute o se entra, en el mejor de los casos. Por eso, desde esta humilde sección queremos hablarle a usted, señosa que está re al pedo en su casa y su marido para que no joda le puso un local en Rivadavia. A usted señora, queremos decirle que sus benditos probadores son, en realidad, áreas hostiles que pueden hacer que después de pasar por ahí huyamos del local despavoridas.

¿Por qué ese problema con la iluminación? O te ponen una luciérnaga que no alumbra nada o esas luces que te prenden fuego mientras te probás la ropa y te chocás contra las paredes. Pero, aún peor, ¿por que nunca, jamás, la cortina es lo suficientemente ancha? Te parece que en cualquier momento terminás mostrándole la tanga a cualquiera que esté afuera!

Y bueno, el asunto de los espejos es directamente un tema aparte. No podés verte a distancia porque el probador tiene el tamaño de un ataúd y apenas podés moverte (y si, con suerte, tiene percherito para que cuelgues la campera, la cartera y lo que te sacaste, ahí te queda sólo la mitad del espejo). Entonces, estando tan cerca, se materializa la pesadilla y nuestro cuerpo se ve el doble de gordo, el cuádruple de petiso y de peludo.

¿Por qué toda esta tortura? Para que metamos tercera y escapemos de ahí cuanto antes! Incluso, se deben llamar como se llaman porque fueron diseñados para poner a prueba nuestro equilibrio emocional, nuestra capacidad de respirar profundo y no masacrar a esa vendedora metida que se emperra en abrirnos la cortina una y otra vez al grito de “Yyyyyy...¿cómo te quedó?” Malditos probadores! Que felices seríamos sin ustedes!!