jueves, 24 de julio de 2008

¿No me ves nada distinto?

Sos una de las que le ponen “garra” al amor. Luchás porque el paso de tiempo y la famosa confianza mutua no terminen arrasando con la pasión como hacen los buenos limpiadores de cocina con la grasa rebelde. Nunca te acostás con la cara blanca de crema, nunca te depilás las piernas con cera delante de él, nunca enfilás hacia la mesa de dulces de los casamientos con ese desparpajo que suele caracterizar a las que sienten que ya han “atrapado al candidato”.
Sos como una verdadera abeja obrera del amor. Trabajás, y cómo, para que la rutina no venga a meter sus pringosos dedos en tu romance. Practicás un deporte, no comés un escuerzo, variás tu plumaje con cierta frecuencia –además de porque te encanta- con el claro propósito de que a los ojos de tu respectivo no le salgan callos y terminen volviéndose insensibles a tu belleza.

¿Estás empeñada en una guerra perdida desde el vamos? ¿Todo señor –por enamorado que esté- en algún momento deja de mirar? El principal intríngulis que plantea una pareja es la exigencia de convivir con el propio objeto de deseo. Y como ya sabemos que uno por lo general ansía lo que no tiene, resulta hasta lógico que el trato cotidiano con el otro nos quite al menos en parte la capacidad de apreciarlo plenamente.

Pero también existe otra cosa aún más inquietante: la seguridad afectiva nos vuelve, además de cómodos, un tanto cegatos. Decenas de chicas lloran sobre el hombro de sus amigas la angustia de haber invertido todo el aguinaldo en la peluquería para volver a casa y que sus parejas las siguieran mirando con cara de vaca que contempla la ruta, o que ese nuevo conjunto de lencería super sexy que te salió fortuna salga volando de tu cuerpo como si te lo arrancara el perro, porque el tipo ni lo notó. Decenas más se han tomado el trabajo de modificar su make up, su peso, su tonicidad y hasta su guardarropas para que nunca sus respectivos se dieran por enterados.

No tenemos la respuesta, puede que sea inevitable. Pero te aconsejamos que la próxima vez que te animes a un cambio asegurate de que sea por vos. Después de todo, nada más triste que estrenar melena dorada, corta y parisina para impresionar a un infeliz que cuando te vea sólo atinará a preguntarte lo de siempre: “Y para comer, ¿qué hay?”.

viernes, 18 de julio de 2008

Amigas para perder

No siempre las amigas son, como dice la frase, “las hermanas que se eligen”. A veces son en realidad saldos emocionales de los que no podemos despegarnos.



Con motivo del cercano Día del Amigo, ayer entré a una librería a ver unas tarjetas, no para comprarlas sino para ver si podía sacar alguna idea o leer alguna frase significativa que me facilitara el regalito de todos los años. Encontré una que me llamó la atención: el aforismo del caso decía “los amigos son el regalo que trae la marea de la vida”. Aunque la frase, definitivamente, no era la que le pondría a mis mejores amigas en su tarjeta, la idea de la marea resultó acertadísima, sobre todo para dar cuenta de una inquietante variedad de amistades a las que rara vez se hace alusión.

Me refiero a los amigos para perder o pseudo amigos, la clase de gente que de algún modo permanece en nuestra vida sencillamente porque nunca nos animamos a mandarles la orden de desalojo. Por lástima, sí, pero también por pereza, los humanos solemos dejar que los saldos emocionales de otro tiempo se acumulen en nuestra vida y en nuestras agendas como si tal cosa, hasta conformar una especie de sedimento afectivo espeso pero de escaso o nulo valor. ¿Nunca tuviste un ejemplar de estos?.Me refiero a las amigas-sanguijuela, a las llorosas en todos sus formatos, a las que monopolizan la conversación como quien se apodera del kilo entero de helado, esas que nunca te llaman más que para contarte desgracias o piensan que con comunicarse una sola vez en el año al grito de “¡Feliz Día del Amigo!” alcanza para ser gemelas del alma.

Y no. La amistad es un asunto bastante más complejo y milagroso que eso de llamarse cada tanto u organizar mesas largas como góndolas cada 20 de julio. Por mucho que nos cueste admitirlo, no todos pueden surfear con la misma pericia las aguas de toda una vida en común. Más de uno se perderá en el mar de las cosas, y está bien que así sea.

Seguir siendo amiga de la pecosa con la que te sentabas en quinto grado no significa entonces absolutamente nada si la mujer de anteojos en la que se convirtió sólo puede hablarte de problemas financieros o debacles afectivas. La amistad, como el amor, se conjugan en un único tiempo de verbo, y es el presente. Todo lo demás es puro apego, incapacidad de desprendernos de eso que algunas vez significó algo y hoy ya no quiere decir nada. Es difícil pero ojalá algún día podamos entender que algunas pérdidas son, en realidad, ganancia pura.

AMIGOS "BOMBÓN"



Amigos-bombón son la clase de hombre con la que a todas (menos a vos) le encantaría estar. Pero... ¿Qué te detiene?


Nada malo se puede decir de ellos, si son divinos!. Compinches, amorosos, solidarios, hasta a veces divertidos…. Sobre todo si sos de familia llena de mujeres. Ellos son lo más parecido a ese hermano que te falto. Van a estar a tu lado en tus mejores días y también en tus peores, y hasta quizá (sin que ninguno de los dos lo sepa) el tipo esté enamorado de vos.


El punto es que con los “amigos- bombón” (entendiendo por esto a esa clase de encantadores sujetos a los que no tocaríamos ni con un puntero láser) tanta “divinura” junta no alcanza para que pase nada más que eso que ya pasa: una linda amistad. Porque, entre nos, el pobre no te gusta ni un poco. O, si te gusta algo, nunca es lo suficiente como para despertar a tu bestia interior y moverte a saltarle encima y bue... ya sabes!


No, los amigos bombón dan para otra clase de planes, y todos siempre hiper amistosos, a saber: ir a tomar un café cuando estás deprimida porque otro te dejó, ir acompañada a ese recital a donde no te animabas a ir sola, y todo así. Son como comodines con pantalones, una especie de Ken de carne y hueso listo para escoltarte a donde sea y hacer que la soledad se sienta un poco menos. El problema es que (vos sabes, él sabe, no así todos los demás) la cosa entre ustedes dos no pasa ni pasará nunca de ahí. ¿Y por qué? porque el tan crucial “factor piel” simplemente no sucede ante un hombre peluche como éste.


Es adorable, abrazable, todo lo que quieras. Pero, te guste o no, es al mercado masculino lo que el caniche toy al mundo de las mascotas: todo el mundo quiere uno… pero no para ponerse de novio. Ante un amigo así, a una le suele invadir una extraña generosidad. Se lo quiere presentar a las amigas solteras, a las primas deprimidas y hasta a las tías más o menos jóvenes y aún en edad “de merecer”. Pero nunca, ni de casualidad, se le ocurre siquiera reconsiderar la idea de guardarlo para consumo personal.


Algo de lo angelical en su persona nos quita el apetito, y a la vez nos enfurece. No podemos entender cómo fue que la Madre Natura, supuestamente tan sabia ella, fue capaz de envasar un corazón tan noble y tan compañero en un packaging que no nos mueve ni un pelo. Pero, ¿quién dijo que la vida es justa? En lo que a amores se refiere, al menos, todo es capricho, arbitrariedad e injusticia.


Tenemos que decir que muchos de los varones más “forritos” que conocemos portan un estuche de esos que te dejan con la boca abierta. Según los hombres, a ellos les pasa igual: se enamoran de bellas malditas que les hacen pelota el corazón. Saber esto tal vez sea la mejor manera de no caer en el espejismo del amigo bombón y no engancharnos con esos tipos que son divinos, sí! pero para otra!!

viernes, 4 de julio de 2008

Verde que te envidio verde


Seguro que alguna vez escuchamos la frase: “SE PONE VERDE DE LA ENVIDIA” El más inconfesable y vergonzante de los sentimientos tiene el color de la bilis. Y no es casual: a ciertas personas, nada les hace tan mal al hígado como la felicidad ajena.
Avergüenza, pero está ahí. Disfrazada de “consejo buena onda”, o de simple comentario al pasar, la envidia es algo de lo que a) nadie quiere hacerse cargo pero b) muy pocos se libran realmente. Porque si bien tiene un costado infantil hay en ella un componente denso que la vacía por completo de inocencia.
El enviodioso/a no quiere nada más y nada menos que lo que supimos conseguir, no importa si se trata de un novio hermoso, de esas amigas perfectas o el trabajo de los sueños. Y lo peor del caso es que no es capaz ni siquiera de decirlo abiertamente. La diferencia entre la envidia y la admiración pasa justamente por este silencio: el envidioso calla lo que el admirador dice en voz alta y hasta quizá los imita.
NO jodamos eso de la “sana” envidia es en realidad un contrasentido. No puede haber sentimiento más enfermizo (ni enfermante) que el de odiar a otro por algo que tiene que nosotros no. Es así. Por algo, al envidioso lo primero que se le nota es lo que llamamos la falsa alegría. El problema ocurre cuando la gente que suele pararse “al lado del camino” (diría Fito Paez) a ver cómo los demás corren y les pasan cosas buenas, entonces decide que a ella también debería tocarle algo bueno, porque sí. Pero a nadie lo distinguen por no hacer esfuerzo. Por eso sugerimos a los verdosos seguidores de Madame Envidia que, prueben ponerse la camiseta y transpirar para lograr algo. Seguro que ese día se olvidarán de todo. Empezando por envenenarse con la felicidad ajena.